Sobre Guilletek

Este blog no tiene mayor (ni menor) pretensión que compartir con vosotros la música que, en mi opinión, ha cambiado la historia. Desde Biografías de grupos y músicos”, podréis acceder a la historia, anécdotas y discografía comentada de las bandas o músicos que considero capitales. Por otro lado, en Reviews de discos encontraréis mis críticas que, como tales, son absolutamente subjetivas y únicamente fruto de la repetida y concienzuda escucha de los discos evaluados.

También podéis acceder aEl Acorde Perdido, un relato de ficción que surge de una premisa desgraciadamente falsa: los Beatles no se separaron en 1970. He intentado plantear situaciones verosímiles partiendo de personajes, escenarios y canciones reales, si bien nada de lo que allí se relata ocurrió jamás.

lunes, 8 de septiembre de 2014

EL ACORDE PERDIDO. Si los Beatles no se hubieran separado. Capítulo 1: Unidos a la fuerza.

"El Acorde Perdido" es un relato de ficción que surge de una premisa desgraciadamente falsa: los Beatles no se separaron en 1970. He intentado plantear situaciones verosímiles partiendo de personajes, escenarios y canciones reales, si bien nada de lo que aquí está escrito ocurrió jamás.
Guillermo Mittelbrunn Beltrán

CAPÍTULO I

Unidos a la fuerza

PAUL

Son las 9. Lennon, Harrison y Starkey esperaban apenas unos metros delante de la puerta de los juzgados. Su representante, Allen Klein, permanecía a su lado gesticulando artificiosamente en dirección a la gran masa de periodistas que amenazaba con acercarse más de lo deseable. Silencio entre ellos. Sólo el tráfico de Londres, abundante a causa de la fuerte lluvia, perturbaba el inquietante silencio entre los tres músicos. Día de perros. Ni la lluvia, ni el incesante parpadear de flashes, parecían sacarles de su ensimismamiento.

Entonces apareció él. Paul doblaba la esquina. Vestía un largo y elegante abrigo marrón que estrenaba para la ocasión. Llevaba el cuello alzado tapándole la cara casi hasta la altura de la nariz. Linda lo escoltaba agarrada a su brazo. Justo detrás de la pareja, distinguieron la figura impoluta y encorbatada de Lee Eastman, abogado y suegro.

-Hola Ritchie,- saludó un taciturno McCartney.
Ringo elevó la punta de su barbilla a modo de saludo e hizo un esfuerzo inútil por sonreír. Lennon fingió conversar con Klein evitando la mirada del que fuera su inseparable compañero, quien a su vez también evitó el encuentro dirigiéndose a Harrison.
 -George…
-Hola Paul…, bonito día para cagarte en nuestra amistad…

Linda apretó con fuerza el brazo de su marido intentando impedir un presumible enfrentamiento. Los apenas treinta segundos que los miembros del grupo musical más importante del planeta pasaron juntos parecieron no acabar nunca. Se abrieron las puertas del  edificio. La figura del bedel,  un joven pecoso de aspecto imberbe, fue recibida con un casi inaudible “por fin” saliendo de los labios de McCartney.

Con paso decidido, Paul se encaminó al interior. George, Ringo y Klein siguieron sus pasos guardando lo que consideraron una correcta distancia. Lennon apuró los últimos milímetros de su cigarrillo. Parecía que la lluvia estaba cesando. John escuchó unos versos de “We can work it out[1] a través de la ventanilla abierta de un coche que permanecía parado ante un semáforo. “Life is very short, and there's no time for fussing and fighting, my friend”[2]. No pudo evitar esbozar una sonrisa antes de entrar.

Mientras el juez terminaba de acomodarse en su puesto, John entró en la sala. Sus ojos se cruzaron con los de Paul. El bajista se había girado alertado por el ruido de la puerta al abrirse. Lennon giró rápidamente la cabeza y dio con un gesticulante Ringo que le indicaba dónde debía sentarse.

La vista duró poco más de dos horas. La sentencia del juez Stamp fue clara y rotunda: “Los contratos que unen a los miembros del grupo musical The Beatles como parte integrante de Apple Corps Limited[3] expiran en 1975. George Harrison, John Winston Lennon, James Paul McCartney y Richard Starkey no estarán obligados en ningún caso a trabajar juntos siempre y cuando sus trabajos editados antes de 1975 lo hagan bajo el nombre genérico de The Beatles…”

Linda notó como el brazo de su marido, al que permanecía agarrada, temblaba bruscamente. Al buscar su mirada dispuesta a consolarlo, observó la fuerza con la que Paul apretaba los dientes. Esto no tenía buena pinta. Ella sabía que esta era la sentencia que Paul más temía. McCartney se quedó clavado en su asiento, no se permitió ni un sólo pestañeo. Era consciente que lo más probable es que todos en la sala lo estuvieran mirando en busca de una reacción. Buitres en busca de carroña. Porque es como se sentía, como carroña, pero no dejó de mantener su rictus pétreo y la mirada al frente, aún cuando incluso el juez y los asistentes al juicio hubieron abandonado la sala. Tierra trágame. Había demandado a sus compañeros, a esos tipos que una vez fueron sus amigos. Quería volar sólo y no quería a Klein a su lado. Su única intención era desligarse del maldito contrato con EMI…, y había fracasado.

-Cariño –dijo Linda en el tono más tierno que pudo-, salgamos de aquí.

Paul asintió moviendo la cabeza lentamente. Ni siquiera miró a Linda. Antes de incorporarse, pestañeó con fuerza. Sus ojos estaban secos. Resopló y se puso en pie. Observó la sala vacía y pensó que probablemente era el lugar más tranquilo en el que podía quedarse. Tenía un largo y tortuoso camino de vuelta a casa.

Paul y Linda salieron de la sala en busca de una salida que redujera al mínimo las opciones de encontrarse con alguien. Imposible. Multitud de flashes le indicaron el camino a la única salida. Un último resoplido antes de levantar la cabeza, ahuecar con  las manos su impoluta cabellera, estirar las mangas de su abrigo y avanzar con paso firme.

-¿Qué pasa Paul?, -espetó George al paso de McCartney-,  ¿Creías que ibas a ganar siempre?, ¡Voy a ganar pasta con tus jodidas canciones!
McCartney fingió no escuchar nada y siguió avanzando hacia la salida. Intentó acelerar el paso de forma que no fuera percibido por el resto.
-¡Eh, Paul!, ¿tienes prisa?, ¡Es a ti! -insistió un eufórico George que agitaba los brazos intentando llamar la atención del que quisiera escucharlo.

John intervino interponiéndose entre George y el acelerado paso de Paul.

-Es suficiente George, déjalo…, -susurró Lennon mientras miraba por encima de su hombro buscando a Paul. Sólo encontró su espalda.

La lluvia había amainado. Linda se separó del brazo de su marido por primera vez en las últimas tres horas, se acercó el borde de la acera y escrutó el horizonte de la avenida en busca del taxi que creía adivinar en el horizonte.  La joven extendió el brazo derecho mientras con el izquierdo indicaba a su marido que se acercara.

-Venga Paul, tenemos taxi 

Paul encendió un cigarrillo. Era el último. Apretó el paquete vacío con fuerza dejándolo caer en al suelo antes de entrar en el coche. Dentro, Linda agarró su mano.

-Enseguida estaremos en casa. Necesitas descansar y pensar las cosas en frío. Yo estaré a tu lado. Ya has oído a Papá. Podemos recurrir. Nada está perdido.

El taxi paró frente al portal del edificio en el que los McCartney habían comprado un pequeño y moderno apartamento en pleno centro de Londres. Paul bajó del coche apresuradamente mientras Linda pagaba el trayecto. No esperó el cambio. Tan pronto como entraron en casa, Paul se tumbó en el sofá. Seguía con el abrigo puesto cuando sus ojos se cerraron. Llevaba varios días sin dormir.

Habían pasado no más de tres horas cuando el teléfono sonó. Linda se asomó desde la cocina limpiándose las manos con un trapo. Tan pronto como había llegado a casa había entrado a la cocina dispuesta a preparar los platos preferidos de su marido. No iba a dejar que se hundiera. Linda dejó el trapo en la encimera de la cocina y miró de reojo las sartenes que tenía en el fuego antes de dirigirse hacia la pequeña mesa auxiliar del salón en la que tenían el estrambótico teléfono color berenjena que Paul había comprado hace un par de semanas. Era tarde, Paul ya se había levantado y tenía el auricular en la mano.

-¿Sí?
-Hola Paul… Soy Ring…
-Sé quien eres, imbécil…, y no tengo ningún interés en hablar contigo…
-¡Espera!, no cuelgues. Es sólo un minuto. Los chicos y yo hemos estado hablando…, queremos reunirnos contigo. Mañana. En Abbey Road.[4]
-¡Y una mierda!, ¡no os voy a dar esa satisfacción!, mandaré a mi abogado.
-Eso es imposible Paul, tu señor abogado no toca demasiado bien el bajo. Nos vemos mañana. 

Ringo había colgado. Paul se quedó inmóvil oyendo el sostenido pitido procedente del auricular. Linda lo observaba desde el umbral de la puerta. Sus miradas se cruzaron.

-¿Qué pasa?, ¿era Ringo?, ¿qué quería? Paul. Por favor…, Paul. No lo hagas
-No tengo elección. Sabes que voy a hacerlo

Linda rompió a llorar y volvió a la cocina. Algo se estaba quemando. Paul miró al suelo y salió de la habitación. El teléfono cayó al suelo y siguió sus pasos, McCartney seguía con el auricular en la mano. Lo soltó.

JOHN

John apagó su Gitanes en la suela del zapato y arrojó la colilla tan lejos como pudo. La cerrada noche apenas le permitió adivinar lo largo que había sido su lanzamiento. Permaneció sentado en las escaleras que daban acceso al porche de su casa mientras recordaba lo acontecido en el día.

Cuando Paul hubo abandonado el juzgado, un muy apesadumbrado Ringo invitó al resto de sus compañeros a comer a casa.

-Venid solos, tenemos que hablar sobre esto.
-Yo iré con Yoko, Ringo,- dijo Lennon mientras se miraba las uñas.
-John…
-Sabes que no voy a discutir al respecto, sé un buen chico y no me toques las narices, -dijo John mientras acariciaba condescendientemente el cogote de Ringo-, estaré allí a la una, nos vemos.
John salió del juzgado. Yoko esperaba fuera.
-¿Ya te has divorciado, cariño?, -ironizó una sonriente Yoko.

John no contestó, miró al suelo resoplando y se puso de nuevo en marcha en dirección a su coche. Yoko le siguió.

Pasada la una y media, Lennon cruzó el umbral de la casa de Ringo, Yoko no estaba con él. George disfrutaba de un trozo de pizza mientras el batería abría una botella de vino.

-¿No esperáis a los invitados?
-Ya sabes Johnny, -farfulló George masticando-, donde hay confianza…

George alargó el brazo y le pasó una porción, John la rechazó y encendió otro cigarrillo. Había perdido la cuenta de los que se había fumado aquel día, pero su incipiente dolor de garganta le hacía pensar que habían sido más de la cuenta.

-Bueno, Ringo, ¿qué es eso tan importante de lo que tenemos que hablar?, -preguntó John mientras se sentaba en uno de los brazos del sofá, de sorprendente color fucsia.
-Chicos, -empezó Ringo-,…creo que deberíamos volver al estudio
-¿Estás chiflado?, ¡No contéis conmigo!, -gritó George golpeando la mesa y provocando que la botella de vino amenazara seriamente con caer al suelo.
-¿Con Paul?, -preguntó tranquilo John.
-Claro… ¿no lo veis?, estamos condenados a seguir juntos los próximos cuatro años.
-Siempre podemos no sacar ningún disco hasta entonces y, llegado el momento, editarlos con nuestros nombres -razonó Lennon.
-Claro. Lo daba por hecho. Es lo que yo voy a hacer, -dijo George.
-¿En qué mundo vivís?, ¿sabéis el dinero que ha perdido Apple? ¿Sabéis la pasta que le debemos a Klein? ¿Quién creéis que ha pagado tu Rolls, John…, o tu casa, George,… o la granja de Paul?... ¡¡Apple!! . He hablado con EMI y no tienen ningún problema en cubrir las deudas, siempre y cuando les notifiquemos la fecha del próximo álbum
-Estamos jodidos ¿no?, -dijo John-, Ringo, creo que tú deberías llamar a Paul, siempre fuiste el mediador… -sonrió Lennon.

George cogió su chaqueta y salió de la estancia.

-A las seis, como siempre.
John no pudo dormir esa noche, entró de nuevo en su casa, agarró su vieja guitarra y volvió al porche. 

A pesar del tiempo de perros que había hecho todo el día, la temperatura a esa hora del día era extrañamente agradable.

”I don’t believe in Beatles… I just believe in me…
In Yoko and me
I was the walrus but now I’m John”[5]

La melodía salió limpia, sin fisuras, acariciando la madrugada londinense.

-¿Otro éxito “Lennon y McCartney”?, -pensó John.

Esbozó una sonrisa, se recostó y se durmió profundamente. Yoko lo observaba desde la ventana. Sacó una manta de la casa y se tumbó junto a su marido abrazándolo con fuerza y recostando la cabeza sobre su pecho, ambos durmieron a la intemperie.

Texto: Guillermo Mittelbrunn Beltrán. 5 de febrero de 2014
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[1] “Podemos Arreglarlo”, editada por los Beatles en 1965
[2] “La vida es demasiado corta, amigo, para pasarla quejándose y peleándose”, verso correspondiente a “We Can Work It Out”, editada por los Beatles en 1965
[3] Compañía fundada en 1968 y gerenciada por la banda para gestionar todos sus asuntos.
[4] Calle de Londres en la que se encuentra el Estudio de grabación del mismo nombre, en el que los Beatles grabaron la inmensa mayoría de sus canciones.
[5] “No creo en los Beatles…, sólo creo en mí…, en Yoko y en mí. Yo fui la morsa, pero ahora soy John”, de “God”, editada por John Lennon en “Plastic Ono Band” en 1971

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