"El
Acorde Perdido" es un relato de ficción que surge de una premisa
desgraciadamente falsa: los Beatles no se separaron en 1970. He
intentado plantear situaciones verosímiles partiendo de personajes,
escenarios y canciones reales, si bien nada de lo que aquí está escrito
ocurrió jamás.
Guillermo Mittelbrunn Beltrán
CAPÍTULO I
Unidos a la fuerza
PAUL
Son
las 9. Lennon, Harrison y Starkey esperaban apenas unos metros delante
de la puerta de los juzgados. Su representante, Allen Klein, permanecía a
su lado gesticulando artificiosamente en dirección a la gran masa de
periodistas que amenazaba con acercarse más de lo deseable. Silencio
entre ellos. Sólo el tráfico de Londres, abundante a causa de la fuerte
lluvia, perturbaba el inquietante silencio entre los tres músicos. Día
de perros. Ni la lluvia, ni el incesante parpadear de flashes, parecían
sacarles de su ensimismamiento.
Entonces
apareció él. Paul doblaba la esquina. Vestía un largo y elegante abrigo
marrón que estrenaba para la ocasión. Llevaba el cuello alzado
tapándole la cara casi hasta la altura de la nariz. Linda lo escoltaba
agarrada a su brazo. Justo detrás de la pareja, distinguieron la figura
impoluta y encorbatada de Lee Eastman, abogado y suegro.
-Hola Ritchie,- saludó un taciturno McCartney.
Ringo
elevó la punta de su barbilla a modo de saludo e hizo un esfuerzo
inútil por sonreír. Lennon fingió conversar con Klein evitando la mirada
del que fuera su inseparable compañero, quien a su vez también evitó el
encuentro dirigiéndose a Harrison.
-George…
-Hola Paul…, bonito día para cagarte en nuestra amistad…
Linda
apretó con fuerza el brazo de su marido intentando impedir un
presumible enfrentamiento. Los apenas treinta segundos que los miembros
del grupo musical más importante del planeta pasaron juntos parecieron
no acabar nunca. Se abrieron las puertas del edificio. La figura del
bedel, un joven pecoso de aspecto imberbe, fue recibida con un casi
inaudible “por fin” saliendo de los labios de McCartney.
Con
paso decidido, Paul se encaminó al interior. George, Ringo y Klein
siguieron sus pasos guardando lo que consideraron una correcta
distancia. Lennon apuró los últimos milímetros de su cigarrillo. Parecía
que la lluvia estaba cesando. John escuchó unos versos de “
We can work it out”
[1] a través de la ventanilla abierta de un coche que permanecía parado ante un semáforo.
“Life is very short, and there's no time for fussing and fighting, my friend”[2]. No pudo evitar esbozar una sonrisa antes de entrar.
Mientras
el juez terminaba de acomodarse en su puesto, John entró en la sala.
Sus ojos se cruzaron con los de Paul. El bajista se había girado
alertado por el ruido de la puerta al abrirse. Lennon giró rápidamente
la cabeza y dio con un gesticulante Ringo que le indicaba dónde debía
sentarse.
La vista duró poco más de dos horas. La sentencia del juez Stamp fue clara y rotunda:
“Los contratos que unen a los miembros del grupo musical The Beatles como parte integrante de Apple Corps Limited[3]
expiran en 1975. George Harrison, John Winston Lennon, James Paul
McCartney y Richard Starkey no estarán obligados en ningún caso a
trabajar juntos siempre y cuando sus trabajos editados antes de 1975 lo
hagan bajo el nombre genérico de The Beatles…”
Linda
notó como el brazo de su marido, al que permanecía agarrada, temblaba
bruscamente. Al buscar su mirada dispuesta a consolarlo, observó la
fuerza con la que Paul apretaba los dientes. Esto no tenía buena pinta.
Ella sabía que esta era la sentencia que Paul más temía. McCartney se
quedó clavado en su asiento, no se permitió ni un sólo pestañeo. Era
consciente que lo más probable es que todos en la sala lo estuvieran
mirando en busca de una reacción. Buitres en busca de carroña. Porque es
como se sentía, como carroña, pero no dejó de mantener su rictus pétreo
y la mirada al frente, aún cuando incluso el juez y los asistentes al
juicio hubieron abandonado la sala. Tierra trágame. Había demandado a
sus compañeros, a esos tipos que una vez fueron sus amigos. Quería volar
sólo y no quería a Klein a su lado. Su única intención era desligarse
del maldito contrato con EMI…, y había fracasado.
-Cariño –dijo Linda en el tono más tierno que pudo-, salgamos de aquí.
Paul
asintió moviendo la cabeza lentamente. Ni siquiera miró a Linda. Antes
de incorporarse, pestañeó con fuerza. Sus ojos estaban secos. Resopló y
se puso en pie. Observó la sala vacía y pensó que probablemente era el
lugar más tranquilo en el que podía quedarse. Tenía un largo y tortuoso camino de vuelta a casa.
Paul
y Linda salieron de la sala en busca de una salida que redujera al
mínimo las opciones de encontrarse con alguien. Imposible. Multitud de
flashes le indicaron el camino a la única salida. Un último resoplido
antes de levantar la cabeza, ahuecar con las manos su impoluta
cabellera, estirar las mangas de su abrigo y avanzar con paso firme.
-¿Qué pasa Paul?, -espetó George al paso de McCartney-, ¿Creías que ibas a ganar siempre?, ¡Voy a ganar pasta con tus jodidas canciones!
McCartney
fingió no escuchar nada y siguió avanzando hacia la salida. Intentó
acelerar el paso de forma que no fuera percibido por el resto.
-¡Eh, Paul!, ¿tienes prisa?, ¡Es a ti! -insistió un eufórico George que agitaba los brazos intentando llamar la atención del que quisiera escucharlo.
John intervino interponiéndose entre George y el acelerado paso de Paul.
-Es suficiente George, déjalo…, -susurró Lennon mientras miraba por encima de su hombro buscando a Paul. Sólo encontró su espalda.
La
lluvia había amainado. Linda se separó del brazo de su marido por
primera vez en las últimas tres horas, se acercó el borde de la acera y
escrutó el horizonte de la avenida en busca del taxi que creía adivinar
en el horizonte. La joven extendió el brazo derecho mientras con el
izquierdo indicaba a su marido que se acercara.
-Venga Paul, tenemos taxi
Paul
encendió un cigarrillo. Era el último. Apretó el paquete vacío con
fuerza dejándolo caer en al suelo antes de entrar en el coche. Dentro,
Linda agarró su mano.
-Enseguida
estaremos en casa. Necesitas descansar y pensar las cosas en frío. Yo
estaré a tu lado. Ya has oído a Papá. Podemos recurrir. Nada está
perdido.
El
taxi paró frente al portal del edificio en el que los McCartney habían
comprado un pequeño y moderno apartamento en pleno centro de Londres.
Paul bajó del coche apresuradamente mientras Linda pagaba el trayecto.
No esperó el cambio. Tan pronto como entraron en casa, Paul se tumbó en
el sofá. Seguía con el abrigo puesto cuando sus ojos se cerraron.
Llevaba varios días sin dormir.
Habían
pasado no más de tres horas cuando el teléfono sonó. Linda se asomó
desde la cocina limpiándose las manos con un trapo. Tan pronto como
había llegado a casa había entrado a la cocina dispuesta a preparar los
platos preferidos de su marido. No iba a dejar que se hundiera. Linda
dejó el trapo en la encimera de la cocina y miró de reojo las sartenes
que tenía en el fuego antes de dirigirse hacia la pequeña mesa auxiliar
del salón en la que tenían el estrambótico teléfono color berenjena que
Paul había comprado hace un par de semanas. Era tarde, Paul ya se había
levantado y tenía el auricular en la mano.
-¿Sí?
-Hola Paul… Soy Ring…
-Sé quien eres, imbécil…, y no tengo ningún interés en hablar contigo…
-¡Espera!,
no cuelgues. Es sólo un minuto. Los chicos y yo hemos estado hablando…,
queremos reunirnos contigo. Mañana. En Abbey Road.[4]
-¡Y una mierda!, ¡no os voy a dar esa satisfacción!, mandaré a mi abogado.
-Eso es imposible Paul, tu señor abogado no toca demasiado bien el bajo. Nos vemos mañana.
Ringo
había colgado. Paul se quedó inmóvil oyendo el sostenido pitido
procedente del auricular. Linda lo observaba desde el umbral de la
puerta. Sus miradas se cruzaron.
-¿Qué pasa?, ¿era Ringo?, ¿qué quería? Paul. Por favor…, Paul. No lo hagas
-No tengo elección. Sabes que voy a hacerlo
Linda
rompió a llorar y volvió a la cocina. Algo se estaba quemando. Paul
miró al suelo y salió de la habitación. El teléfono cayó al suelo y
siguió sus pasos, McCartney seguía con el auricular en la mano. Lo
soltó.
JOHN
John
apagó su Gitanes en la suela del zapato y arrojó la colilla tan lejos
como pudo. La cerrada noche apenas le permitió adivinar lo largo que
había sido su lanzamiento. Permaneció sentado en las escaleras que daban
acceso al porche de su casa mientras recordaba lo acontecido en el día.
Cuando Paul hubo abandonado el juzgado, un muy apesadumbrado Ringo invitó al resto de sus compañeros a comer a casa.
-Venid solos, tenemos que hablar sobre esto.
-Yo iré con Yoko, Ringo,- dijo Lennon mientras se miraba las uñas.
-John…
-Sabes que no voy a discutir al respecto, sé un buen chico y no me toques las narices, -dijo John mientras acariciaba condescendientemente el cogote de Ringo-, estaré allí a la una, nos vemos.
John salió del juzgado. Yoko esperaba fuera.
-¿Ya te has divorciado, cariño?, -ironizó una sonriente Yoko.
John no contestó, miró al suelo resoplando y se puso de nuevo en marcha en dirección a su coche. Yoko le siguió.
Pasada
la una y media, Lennon cruzó el umbral de la casa de Ringo, Yoko no
estaba con él. George disfrutaba de un trozo de pizza mientras el
batería abría una botella de vino.
-¿No esperáis a los invitados?
-Ya sabes Johnny, -farfulló George masticando-, donde hay confianza…
George
alargó el brazo y le pasó una porción, John la rechazó y encendió otro
cigarrillo. Había perdido la cuenta de los que se había fumado aquel
día, pero su incipiente dolor de garganta le hacía pensar que habían
sido más de la cuenta.
-Bueno, Ringo, ¿qué es eso tan importante de lo que tenemos que hablar?, -preguntó John mientras se sentaba en uno de los brazos del sofá, de sorprendente color fucsia.
-Chicos, -empezó Ringo-,…creo que deberíamos volver al estudio
-¿Estás chiflado?, ¡No contéis conmigo!, -gritó George golpeando la mesa y provocando que la botella de vino amenazara seriamente con caer al suelo.
-¿Con Paul?, -preguntó tranquilo John.
-Claro… ¿no lo veis?, estamos condenados a seguir juntos los próximos cuatro años.
-Siempre podemos no sacar ningún disco hasta entonces y, llegado el momento, editarlos con nuestros nombres -razonó Lennon.
-Claro. Lo daba por hecho. Es lo que yo voy a hacer, -dijo George.
-¿En
qué mundo vivís?, ¿sabéis el dinero que ha perdido Apple? ¿Sabéis la
pasta que le debemos a Klein? ¿Quién creéis que ha pagado tu Rolls,
John…, o tu casa, George,… o la granja de Paul?... ¡¡Apple!! . He
hablado con EMI y no tienen ningún problema en cubrir las deudas,
siempre y cuando les notifiquemos la fecha del próximo álbum
-Estamos jodidos ¿no?, -dijo John-, Ringo, creo que tú deberías llamar a Paul, siempre fuiste el mediador… -sonrió Lennon.
George cogió su chaqueta y salió de la estancia.
-A las seis, como siempre.
John
no pudo dormir esa noche, entró de nuevo en su casa, agarró su vieja
guitarra y volvió al porche.
A pesar del tiempo de perros que había
hecho todo el día, la temperatura a esa hora del día era extrañamente
agradable.
”I don’t believe in Beatles… I just believe in me…
In Yoko and me
I was the walrus but now I’m John”[5]
La melodía salió limpia, sin fisuras, acariciando la madrugada londinense.
-¿Otro éxito “Lennon y McCartney”?, -pensó John.
Esbozó
una sonrisa, se recostó y se durmió profundamente. Yoko lo observaba
desde la ventana. Sacó una manta de la casa y se tumbó junto a su marido
abrazándolo con fuerza y recostando la cabeza sobre su pecho, ambos
durmieron a la intemperie.
Texto: Guillermo Mittelbrunn Beltrán. 5 de febrero de 2014
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[1] “Podemos Arreglarlo”, editada por los Beatles en 1965
[2]
“La vida es demasiado corta, amigo, para pasarla quejándose y
peleándose”, verso correspondiente a “We Can Work It Out”, editada por
los Beatles en 1965
[3] Compañía fundada en 1968 y gerenciada por la banda para gestionar todos sus asuntos.
[4]
Calle de Londres en la que se encuentra el Estudio de grabación del
mismo nombre, en el que los Beatles grabaron la inmensa mayoría de sus
canciones.
[5] “No creo en los Beatles…, sólo creo en mí…, en Yoko y en mí. Yo fui la morsa, pero ahora soy John”, de “God”, editada por John Lennon en “Plastic Ono Band” en 1971
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